La Iglesia católica promovió una sangrienta cruzada para erradicar a los cátaros. Tras años de luchas, la caída del castillo de Montségur marcó el fin de las matanzas y el inicio de la leyenda.
Hacia el siglo VI d.C, no existían grandes grupos heréticos, como lo serian posteriormente los cátaros , tan solo ciertos personajes eclesiásticos que diferían sobre algunos aspectos del cristianismo, terminando estos normalmente, con la pena de excomunión.
Tan solo a partir del año 1100, la Iglesia empezó a controlar de manera eficiente a sus feligreses, por lo que la herejía de los cátaros, siendo ya conocida, no ofrecía de momento peligro para Roma.
Pero es a partir de esta fecha del siglo XII, cuando los cátaros se organizan mejor y conquistan grandes masas de simpatizantes de su causa. Es cuando empieza la preocupación y movilización eclesiástica, mirando con otros ojos, ya muy distintos, hacia el fenómeno de los cátaros y empeñados en atajar su "movimiento herético", aunque sin grandes éxitos.
En un principio sólo el estamento civil toma cartas en los asuntos heréticos como el de los cátaros, juzgando con pocas garantías a varios de sus miembros, enviándolos a la hoguera, sin contar con la opinión ni beneplácito de la iglesia dogmática romana.
La línea pacífica para la conversión de los cátaros se inicia a finales del siglo XII, sobre todo por Santo Domingo y San Francisco, pero con poco éxito, como ya apuntábamos.
La iglesia católica empieza a organizarse legalmente con el fin de atajar la herejía de los cátaros imponiendo en 1184 la llamada “Inquisición Episcopal”, por la decretal “Ad abolendam”, con pena del fuego, para herejes cátaros impenitentes o reincidentes, utilizando instrumentos jurídicos. En 1199, se añade la confiscación de bienes para los cátaros, apareciendo sobre la mitad del siglo XIII. Ya en el año 1231 por medio de la decretal “Ile humani generis” se establece la “Inquisición Pontificia". Disposiciones inquisitoriales, con procedimientos tales como la tortura en temas de fe, manteniendo en secreto el nombre de los testigos, para evitar represalias. Pero todas estas medidas contra los cátaros necesitaban el apoyo secular, a fin de cumplir las penas que Roma, por los medios mas fáciles y rápidos, ejercían su ministerio.
Ya el papa Inocencio III (1), con el total apoyo del rey de Francia Felipe Augusto, empieza a crear un frente común en contra de los cátaros mediante disposiciones claramente inquisitoriales desde principios del siglo XII y de una manera clara en pleno siglo XIII.
Inocencio III (2) instituye la “Santa Inquisición” como instrumento jurídico a fin de poner término a la herejía cátara, por medio de procedimientos legales ajustados a leyes precisas, a fin de juzgar a todo aquel que cometiere cualquier desviación de los dogmas católicos y delitos contra la fe cristiana; y en este aspecto los cátaros tenían todas las de perder, más aún cuando su religión se "apartaba" de muchos preceptos y conductas dogmáticas de la Iglesia de Roma.
EL PROCESO INQUISITORIAL
Los inquisidores dominicos llegarían a convertirse en unos auténticos especialistas a la hora de utilizar el tribunal inquisitorial para combatir las herejías. El proceso emprendido contra los creyentes heterodoxos se iniciaba con la llegada del inquisidor al lugar infectado acompañado por su séquito de notarios, alguaciles y gentes de armas.
Inmediatamente el inquisidor, fraile dominico que al mismo tiempo ejercía las labores de policía, fiscal y juez, solicitaba a la autoridad secular que le procurase alojamiento, alimento y todo lo necesario para que su estancia resultara lo más plácida posible. Demandaba también que se le diera todo el apoyo que pudiera necesitar para el correcto desempeño de su labor, así como que se capturara a todo aquel sospechoso de herejía que indicara y se ejecutaran las condenas impuestas a los culpables. Todos aquellos laicos o clérigos locales que desobedecieran al inquisidor y no le prestaran las ayudas descritas podían ser excomulgados por éste.
En muchas ocasiones no se trataba de perseguir a personas concretas sino que se dejaba que el denominado “tiempo de gracia” y el miedo de los lugareños realizaran el trabajo de desenmascarar a los sospechosos. Desde el instante en el que el inquisidor anunciaba que se iniciaba el “tiempo de gracia” transcurría un periodo de un mes a lo largo del cual los habitantes del lugar contaminado por la herejía confesaban sus propios pecados, así como también podían denunciar a los sospechosos de disidencia religiosa ante el tribunal inquisitorial.
Es preciso destacar que estas confesiones y declaraciones se realizaban en secreto, de forma que no era necesario que las acusaciones emitidas fueran probadas y, es más, nunca se producían careos entre denunciantes y denunciados. En consecuencia, todos los testimonios eran tenidos en cuenta, incluso aquellos que no poseían fundamento alguno. Bastaba un solo testigo para acabar llevando a un encausado a la hoguera.
Transcurrido el plazo de treinta días, el inquisidor procedía a interrogar a los denunciados, quienes a su vez podían implicar a otros cómplices, de forma que el objetivo principal perseguido por el tribunal mediante este procedimiento era descubrir y, finalmente, hacer caer a todos los heterodoxos del lugar.
Durante los interrogatorios, podía resultar que el inquisidor no quedara satisfecho con las confesiones realizadas por el procesado, bien porque éste no acababa de admitir su crimen o porque no delataba a otros herejes, motivo por el cual se podía aplicar la tortura para arrancarle la declaración que se deseara, procedimiento judicial éste muy común en la Edad Media, e incluso en la Edad Moderna, y que no era exclusivo del Santo Oficio.
El proceso concluía con la emisión de una sentencia que solía ser la excomunión para los fautores de herejía, es decir, toda persona que tuviera cualquier tipo de relación con los heterodoxos, una penitencia pública en el caso de que el hereje abjurara de su fe; y la hoguera, si el hereje no renunciaba a sus creencias. Es preciso destacar que las condenas eran ejecutadas por las autoridades laicas.
Con estos rigurosos procedimientos desarrollados por la Inquisición, la Santa Sede consiguió en lo que restaba para que finalizara el siglo XIII erradicar por completo la herejía más sólidamente implantada en Occidente durante la Baja Edad Media. De esta forma murió el catarismo. El Santo Oficio había nacido para acabar con la religión de los buenos hombres, pero sin duda que su implacable efectividad a la hora de combatir cualquier desviación de la ortodoxia romana le sirvió para perpetuarse en el ámbito católico durante la Edad Moderna.
Fuentes: losctaros.com, anatomiadelahistoria.com, Afm Elierf
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