viernes, 15 de noviembre de 2019

(12) Pierre de Castelnau

RESUMEN

Pierre de Castelnau fue un presbítero Cisterciense e inquisidor pontificio, asesinado cerca de Saint-Gilles, Languedoc, el 15 de enero de 1208. En el año 1203 se encontraba en la abadía cisterciense de Fontfroide cuando el papa Inocencio III lo designó, junto con Raul Ranier, su legado en Languedoc.

Fecha de nacimiento: 1170, Arquidiócesis de Montpellier, Montpellier, Francia
Fallecimiento: 15 de enero de 1208, Saint-Gilles, Francia
Beatificado: 1208


En el año 1203 se encontraba en la abadía cisterciense de Fontfroide cuando el papa Inocencio III lo designó, junto con Raul Ranier, su legado en Languedoc. Ambos serían dotados de plenos poderes para intentar, vanamente, parar la herejía cátara. Estos poderes iban incluso en detrimento de la jurisdicción de los obispos, hecho que los opuso a los de Toulouse, Béziers y Vivers, que serían suspendidos. Predicaron con Santo Domingo de Guzmán y con Diego, obispo de Osma. Pero especialmente Pierre hizo una violenta campaña política contra Ramón VI de Tolosa, al cual excomulgó en el año 1207.

Fue asesinado, por alguien cercano al conde Ramón VI de Tolosa, hecho que fue el detonante del comienzo de la Cruzada Albigense.

Declarado mártir por Inocencio IV, después beatificado, se venera el 15 de enero en las diócesis de Carcasona y Nimes.

DATOS GENERALES
Legado pontificio, nacido probablemente en la ciudad francesa de Castelnau en fecha desconocida, y muerto el 15 de enero de 1209. Fue canónigo y archidiácono del cabildo catedralicio de Maguelone. Pasó tres años pleiteando en Roma contra el prepósito de su cabildo que aspiraba a ocupar su puesto. Castelnau obtuvo la confirmación de su cargo y ganó prestigio en la Curia Pontificia por su tenacidad y conocimientos jurídicos.

Se conocen muy pocos datos de su vida anteriores a 1199, fecha en que fue nombrado por Inocencio III adjunto de los legados pontificios Raniero y Guido para el Languedoc en la lucha contra la herejía cátara. La doctrina dualista se había extendido de forma alarmante por el Languedoc desde mediados del siglo XI y las sucesivas legaciones y misiones de predicación dirigidas por la Iglesia (entre ellas la de Bernardo de Claravalen 1145) no habían conseguido frenar el avance de una herejía que se había enraizado profundamente en todas las capas de la sociedad languedocina. Inocencio III recurrió a la orden monástica del Císter cuando se hizo evidente que el clero del Languedoc era incapaz de atajar la herejía. En 1203 el Papa nombró legado pontificio a Pierre de Castelnau, que poco antes había tomado los hábitos en la abadía cistenciense de Fontfroide, en la diócesis de Narbona. Junto a Castelnau fue designado para la legación otro monje de Fontfroide, el hermano Raúl y en 1204 se les unió el abad de Cîteaux, Arnaud Amaury, que desde entonces se puso al frente de la misión. Se trataba de una empresa de predicación, bajo la consigna “Paz y Fe”. Los cistercienses representaban la intransigencia de la ortodoxia en materia doctrinal y la obediencia inquebrantable al papado. Inocencio III pensó que la lucha contra la herejía debía darse a partir del conocimiento profundo del derecho canónico y por ello designó a Castelnau, ya por entonces un reputado jurista. La estrategia del Papa incluía además la refutación y denuncia de los errores doctrinales de los cátaros en el curso de discusiones públicas, para lo que eran necesarios hombres versados en teología. Por otra parte, los nuevos legados procedían de las mismas regiones de las que se había enseñoreado la herejía. Podían hacerse comprender por las gentes del Languedoc y conocían las redes de poder de la región. Los legados exigieron en nombre del papado la actuación del brazo secular contra los herejes. Pero las autoridades locales, los señores y príncipes del Languedoc, sin profesar las doctrinas cátaras, estaban profundamente implicados en las redes sociales que sustentaban la herejía.

En diciembre de 1203 Raúl de Fontfroide y Pierre de Castelnau exigieron en Toulouse el juramento de los señores languedocinos de que lucharían contra la herejía, sin que este acto diera resultado alguno.

En febrero de 1204 los legados organizaron una reunión en Carcasonne en la que el rey Pedro II de Aragón, señor feudal de buena parte del Languedoc, debía actuar como árbitro. En aquella ocasión Pierre de Castelnau y Raúl de Fontofroide se enfrentaron dialécticamente al obispo cátaro Beltrán de Simorre y a otros prefectos, sin que de hecho consiguieran una victoria contundente, a pesar de que el rey aragonés dictaminó el error de las doctrinas cátaras.

Ante la pasividad de los señores feudales, los legados iniciaron una violenta predicación y amenazaron a los príncipes y señores con la excomunión y la pérdida de sus bienes si no actuaban contra la herejía. Pierre de Castelnau destacó por la virulencia de sus prédicas, que le valieron el odio popular y la hostilidad tanto de Raimundo VI, conde de Toulouse como del rey de Aragón.

Castelnau, convencido de la inutilidad de continuar la prédica ante la pertinacia de los herejes, defendió ante el Papa la necesidad de emprender una cruzada armada contra la herejía. Inocencio III hizo desde 1204 repetidas llamadas a la intervención militar del rey de Francia, Felipe Augusto, que fueron desoídas hasta años después.

Paralelamente los legados emprendieron una depuración del clero del Languedoc, al que acusaban de haber permitido la extensión de la herejía y de abandonar sus labores pastorales por la disipación de una vida fastuosa. Depusieron al arzobispo de Berenguer de Narbona y a los obispos de Béziers, Viviers, Agde y Toulouse. Sin embargo, los legados encontraron dificultades para acometer simultáneamente la reforma del clero y la prédica activa. En 1206, ante el evidente fracaso de su misión, Pierre de Castelnau quiso regresar a Fontfroide. En mayo de ese mismo año, los legados se entrevistaron en Montpellier con Diego, obispo de Osma, y con Domingo de Guzmán, viceprior del cabildo de Osma, que se encontraban de regreso de Roma.

Los castellanos, conociendo la situación de los legados, propusieron como estrategia consagrarse plenamente a la prédica imitando los métodos de los predicadores cátaros quienes, viajando en parejas, recorrían el país en la más absoluta pobreza. El rico y numeroso séquito que acompañaba a los legados en sus desplazamientos por la región proporcionaba a los cátaros unos de los principales argumentos contra la Iglesia institucional. Los cistercienses se mostraron muy reticentes a adoptar estas medidas, no sancionadas por la tradición ortodoxa. Sin embargo, Diego de Osma y Domingo de Guzmán, apoyados por el Papa, comenzaron una predicación en la pobreza que eclipsó el protagonismo de los cistercienses. El Papa instó a los cistercienses a imitar a los castellanos y a lo largo de 1207 aquéllos se diseminaron por la región sin obtener frutos satisfactorios y encontrando la hostilidad general de la población.

Diego de Osma y Domingo de Guzmán aconsejaron a Pierre de Castelnau retirarse de la predicación activa debido al odio que su presencia despertaba en todas partes, al tiempo que la legación de Castelnau se debilitaba tras la muerte de Raúl de Fontfroide. Sin embargo, Pierre de Castelnau realizó un último esfuerzo recurriendo a las antiguas instituciones del país y propuso a los príncipes y señores feudales un juramento general de paz que permitiera su unión contra la herejía.

Además de la persecución de los herejes, Castelnau exigió la expulsión de los judíos de la administración, la devolución de los bienes confiscados a las iglesias en los años de expansión de la herejía, y el final de la violencia señorial en los caminos. Raimundo VI de Toulouse se negó a jurar tal acuerdo, que no podía cumplir por los lazos de vasallaje que le unían a los cátaros y a la importancia que la herejía había adquirido en sus dominios. Castelnau lanzó la excomunión contra él, confirmada por Inocencio III en mayo de 1207. El conde intentó evitar la condena jurando la paz ante Castelnau, pero, al no cumplir lo pactado, el legado le excomulgó nuevamente tras una serie de tempestuosas reuniones. Unos días más tarde, el 15 de enero de 1208, Pierre de Castelnau era asesinado por un escudero de Raimundo VI cuando iba a cruzar el río Ródano de camino a Provenza. Parece que el conde no instigó el asesinato, pero las consecuencias recayeron sobre él. El asesinato del legado y el fracaso de las medidas adoptadas hasta entonces hicieron al Papa dirigir su política hacia una cruzada violenta contra la herejía.

En la bula de llamada a la cruzada tras la muerte del legado, Inocencio III dijo de él que era hombre “cuya boca no callaba la palabra de Dios cuando había que ejercer la venganza sobre las naciones e impartir castigos sobre los pueblos”. Fue enterrado en el monasterio de Saint-Gilles, declarado mártir y santo por la Iglesia, y su vida fue cubierta de milagros por la tradición hagiográfica.


Fuentes: Wikipedia, mcnbiografias.com, Afm Elierf
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