El triunfo correspondió a las fuerzas de Simón de Montfort, quien se convirtió, como consecuencia de su victoria, en duque de Narbona, conde de Tolosa, vizconde de Béziers y vizconde de Carcasona. Las tropas aragonesas y occitanas sufrieron pérdidas notables (unos ochenta caballeros muertos y heridos, y un número elevado de peones), entre las que se destaca la muerte de Pedro II de Aragón el Católico. Su hijo de cinco años, el futuro rey Jaime I de Aragón, que estaba bajo custodia de Simón de Montfort, con cuya hija se había concertado el matrimonio futuro en un nuevo intento para resolver el conflicto, debió permanecer un año como rehén hasta que, por orden del papa Inocencio III, Montfort lo entregó a los templarios.
Marcó el inicio de la dominación de los reyes franceses sobre Occitania. Fue también el comienzo del fin de la expansión aragonesa en la zona. Antes de la batalla, Pedro II de Aragón había recibido el vasallaje del conde de Tolosa, el de Foix y el de Cominges. Tras su derrota y muerte, su hijo y heredero Jaime I tan sólo conservó el señorío de Montpellier por herencia de su madre, María de Montpellier. A partir de esta fecha, la expansión aragonesa se dirigió hacia Valencia y las Islas Baleares.
ANTECEDENTES
A principios del siglo XIII, la herejía cátara se había afianzado en Occitania amenazando la doctrina de la Iglesia católica. El papa Inocencio III, después de lanzar una cruzada fallida contra los cátaros, intentó reconciliarse con el conde Raimundo VI de Tolosa. Sin embargo, Arnaldo Amalric, legado papal, y Simón IV de Montfort procuraban romper las negociaciones, exigiendo a Raimundo VI unas condiciones muy duras.
Raimundo VI buscó aliados con una ortodoxia católica indudable, y tras entrevistarse con diversos monarcas europeos, se alió con su cuñado Pedro II de Aragón. Este rey actuó como intermediario con el fin de encontrar una reconciliación, pero finalmente el papa Inocencio III se puso de parte de Simón IV de Montfort y proclamó la cruzada pensando que así erradicaría la herejía de forma definitiva. La cruzada comenzó con la masacre de Béziers y el sitio de Carcasona de 1209, continuando al año siguiente con el ataque a las fortalezas de Minerve, Termes y Cabaret.
En 1213, Simón de Montfort retomó su campaña contra el conde Raimundo VI de Tolosa. Este se retiró a su capital y pidió la intervención papal; el papa ordenó la celebración del concilio de Lavaur, que empezó el 15 de enero de 1213, y donde abogó por el retorno de los condados y tierras a sus titulares a cambio de la sumisión a la Iglesia. A pesar de que los congregados rechazaron la propuesta, el rey Pedro II de Aragón consiguió que el papa enviase un legado. Ante la evidencia de que los cruzados estaban determinados a vencer al conde de Tolosa y la intervención del papa solo lograría retrasar los hechos, Pedro II de Aragón decidió acoger a los condes de Tolosa, Foix y Cominges,[9] y, junto con las fuerzas de sus vasallos tradicionales (como el de los vizcondes de Bearne), combatir a los cruzados.
Progresivamente, Montfort fue ocupando las villas cercanas a Toulouse hasta que esta cayó en su poder. Entre las villas ocupadas se encontraba Muret, que había conquistado sin encontrar resistencia en 1212. Su situación estratégica, al estar situada entre los ríos Garona y Loja, determinó que Simón IV de Montfort la eligiera como base de operaciones, dejando una guarnición de treinta a sesenta caballeros, y setecientos peones de infantería.
A partir de agosto, Pedro II cruzó los Pirineos desde Canfranc o Benasque con unos mil caballeros y hombres de armas. Mientras se acercaba a Tolosa, los castillos de la cuenca del Garona que se habían rendido a los cruzados, se le fueron rindiendo fácilmente. Seguidamente, el rey envió su ejército hacia Muret, mientras Simón de Montfort se hallaba en Saverdun. Cuando éste tuvo noticias del peligro, reunió sus tropas y se dirigió hacia Muret a toda velocidad, al encuentro de Pedro II de Aragón.
ASEDIO DE MURET
El 10 de septiembre, las tropas de Pedro el Católico se unieron a las de sus aliados occitanos y montaron el campamento en el llano de la ribera izquierda del Garona. El campamento estaba situado a una distancia prudencial de la fortaleza de Muret. Según distintas hipótesis, alejado o cercano a las embarcaciones amarradas que habían llegado desde Tolosa llenas de provisiones, y contaban con unos 2000 caballeros (la caballería pesada de la época), la mitad aragoneses y la otra mitad occitanos; a este número podrían sumarse como máximo otros 2000 jinetes más ligeramente armados.
El ejército al mando del rey de Aragón estaba dividido en dos o tres haces o filas, según distintas hipótesis: la vanguardia estaba dirigida por Raimundo Roger de Foix; el haz central o medianera estaba al mando del propio monarca, Pedro II, en tanto que la tercera línea o zaga (que según otras teorías podría estar integrada en la primera) la comandaban Raimundo VI de Tolosa y Bernardo IV de Cominges.
El 10 de septiembre, el ejército tolosano-aragonés comenzó el asedio con almajaneques y otras armas de asedio. Simón de Montfort salió por una puerta distinta, oculto a las tropas del rey aragonés, y atacó con unos 900 caballeros, reservando un escuadrón que dirigía personalmente, el cual avanzó por la izquierda y atacó por el flanco; probablemente el ejército occitano-aragonés no pudo formar correctamente sus filas y los cruzados llegaron al cuerpo donde estaba el rey y lo mataron. En todo caso, existen al menos siete hipótesis distintas sobre el desarrollo de la batalla.
Simón IV de Montfort, en clara inferioridad numérica, y con víveres para solo una jornada[9] y a más de cien leguas de su base de operaciones, decidió no quedarse encerrado en el castillo de Muret y lanzó un ataque fulminante, utilizando la mejor arma de la caballería pesada, la carga. Organizó la caballería francesa en tres escuadrones de unos trescientos caballeros cada uno: el escuadrón de vanguardia lo dirigían dirigían Guillaume de Contres y Guillaume des Barres, el segundo escuadrón estaba mandado por Bouchard de Marly y el tercero por el propio Simón de Montfort.
LA BATALLA
La madrugada del 13 de septiembre, la infantería tolosana reinició los trabajos de asedio, atacando las puertas de la muralla mientras la caballería vigilaba la posible salida de los cruzados. Por la tarde, la mayor parte de la caballería aragonesa se retiró para descansar, y ese fue el momento elegido por Simón de Montfort para atacar con su tropa descansada saliendo por la puerta de Salas, en dirección suroeste y que los sitiadores no podían ver, doblando una esquina de la muralla del castillo, girando luego en dirección norte y atravesando el río Louge por un vado para enfrentarse al ejército del rey de Aragón.
La caballería cruzada emergió, de repente, del nivel del lecho del río avanzando hacia el llano y sorprendiendo a los sitiadores. Los dos primeros cuerpos giraron a la izquierda, y la primera de las tres acometidas de los franceses fue respondida por las tropas de Raimundo Roger de Foix, pero tuvieron que replegarse rápidamente ante la impetuosidad de la caballería francesa tomando el relevo las tropas del rey aragonés. Los franceses, con su gran maniobrabilidad y conservando la formación, mantuvieron la ventaja numérica en las dos acometidas siguientes y no permitieron que los aragoneses se reagruparan.
Pedro el Católico había decidido probar su valía como caballero cambiándose la armadura con uno de sus hombres para enfrentarse como simple caballero a Simón de Montfort, pero el objetivo cruzado era el de matar al monarca a cualquier precio porque la defensa de la Iglesia justificaba todas las acciones, y así se lo encargó a dos de sus caballeros, Alain de Roucy y Florent de Ville, que abatieron al caballero que vestía la armadura real y después al propio rey cuando este se descubrió al grito de «El rei, heus-el aquí!» ('Aquí está el rey'), a pesar de haber acabado con algunos de sus atacantes, todo ello según la crónica de Bernat Desclot, fuente muy tardía, teniendo en cuenta que ni las contemporáneas al hecho ofrecen datos fiables.
La noticia de la muerte de Pedro II extendió el pánico entre el resto del ejército, que fue completamente derrotado al ser sorprendido por un ataque por el flanco efectuado por las tropas de reserva de Montfort, que motivó que los caballeros aragoneses emprendieran la retirada. Los peones del contingente provenzal, que eran siempre muy numerosos, y que aún no habían participado en el combate, viéndose desbordados por el alud de caballeros aragoneses y occitanos que retrocedían de forma desordenada, fueron alcanzados por los caballeros franceses y sufrieron muchas bajas. No sucedió tal cosa con la caballería, que logró huir, a excepción de los magnates que constituían la mesnada real de Pedro II, y que tenían como misión última defender a su monarca, los cuales sufrieron también notables bajas, que se podrían cuantificar en unos ochenta caballeros entre muertos y heridos.
CONSECUENCIAS
Simón IV de Montfort obtuvo el triunfo en la batalla, convirtiéndose así en duque de Narbona, conde de Tolosa y vizconde de Beziers y Carcasona. Los condes de Foix y de Cominges volvieron a sus feudos, y el conde de Tolosa viajó a Inglaterra para encontrarse con Juan I, dejando a los cónsules de Tolosa para que negociaran con los jefes de la cruzada. A pesar de que el hijo de Raimundo VI, Raimundo VII, arrebató al poco tiempo el poder a Simón de Montfort, esta batalla marcó el preludio de la dominación francesa sobre Occitania y el final de la expansión de la Casa de Aragón-Barcelona y de la Corona de Aragón en la región, ya que Pedro II había conseguido el vasallaje de los condados de Tolosa, Foix y Cominges, y según el autor francés Michel Roquebert, el final de la posible formación de un poderoso reino aragonés-catalán-occitano que hubiera cambiado el curso de la historia de España. La Corona se centró a partir de entonces en la Reconquista de la Península Ibérica, que se había repartido unas décadas antes con los tratados de Tudilén y de Cazorla.
Fuentes: Wikipedia, Afm Elierf
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