viernes, 15 de noviembre de 2019

Anexo 04: Leyendas del Tesoro de los Cátaros

Es sin duda el pretendido tesoro de los cátaros, lo que ha inducido a muchos cazadores de fortunas, su búsqueda con ahínco. En realidad poco se sabe sobre el tesoro de los cátaros, todo son conjeturas, historias, unas más creíbles que otras, pero si en realidad existió tal tesoro, los cátaros supieron guardarlo, escondido en mil sitios sugestivos, o por el contrario no existió realmente, de todas formas el secreto de su existencia o leyenda, se fue a la tumba con los mismos cátaros.


Se ha especulado mucho, sobre todo con el Santo Grial, que supuestamente los cátaros custodiaban, otra de las leyendas que han subsistido desde el principio del cristianismo hasta nuestros días.

El Santo Grial, llamado “Cabeza Hablante” por los Templarios o “Baphonet” por los mismos cátaros, parece ser que, según muchos autores, se guardaba en el castillo de Montségur, último bastión cátaro que fue asolado por los cruzados en la cruel persecución de ellos.

La leyenda dice que el ángel Lucifer lucía sobre su cabeza una corona en cuyo centro tenía incrustada una gran esmeralda, que hizo que a la su caída de éste, se convirtiera en el Príncipe de las Tinieblas, con lo que esta esmeralda se transformó en el Grial, poseyéndola los cátaros, y que por causa de las persecuciones, escondieron en el castillo de Montsègur.

Un ejército del mismo Lucifer, se dirigía a las murallas del castillo con el fin de recuperar el Santo Grial, y con ello la esmeralda que el Príncipe de los diablos (Lucifer) volvería a colocar en su corona. No obstante, apareció sobre el castillo una paloma blanca, recogiendo el Grial, transportándolo al monte Tábor y depositándolo allí, donde sería custodiado por Esclaramunda.

Otra de las versiones, cuenta que el investigador y arqueólogo alemán Otto Rahn se trasladó en el año 1931 al castillo en busca del supuesto tesoro y naturalmente del Grial, no encontrando ni uno ni otro. Dice Rahn, que existían diversos túneles por donde probablemente los cátaros huyeron con su tesoro.

Siguiendo una leyenda de las muchas que se prodiga Ron, sucedió que por la escarpada garganta Lasset junto al castillo, cuatro Buenos Hombres, de los que se conoce el nombre de tres de ellos: Amiel Alicart, Hugo y Poitevin trasladaron el tesoro de los cátaros a un lugar  desconocido.

Fueron muchas expediciones en busca del tesoro de los cátaros y el Santo Grial, entre ellas los hombres de las SS alemanas, por el sentido esotérico que el Grial representaba para todos ellos,  buscadores e investigadores, del supuesto tesoro de los cátaros.

Como reflexión desde esta página, son invitados los visitantes de las tierras de los cátaros a buscar en la Torre Merkens del castillo alemán de Wewelsburg, (catedral que fue del esoterismo nazi) junto a la ciudad de Büren en Renania, distrito de Paderbom, por si tuvieran la suerte de encontrar, bien el tesoro de los cátaros o el famoso Santo Grial de la última cena de Jesucristo.

Tras la caída de Montségur, los dominicos realizaron diversos interrogatorios a aquellos cátaros que no persistieron en sus creencias. En el testimonio de estas sesiones se consignan varias alusiones al tesoro, no así en las crónicas de la cruzada que no dedican ni una sola línea a la cuestión. Los extractos inquisitoriales son los siguientes, por orden cronológico de su declaración (Realizó una traducción personal directamente del latín conforme a la edición de los textos ofrecida por Michel Roquebert en el apéndice 2 de su L’Epopee cathare. 4 Mourir à Montségur 1230-1244, Villeneuve, 2007, pero tomó la adaptación al francés de los nombres de lugares y personajes citados según la traducción realizada por Jean Duvernoy en su Le Dossier de Montségur. Interrogatoires d’Inquisition 1242-1247, Toulouse, 1998).

El hereje Mathieu me dijo que él mismo y Pierre Bonnet, diácono de los herejes de Tolosa, salieron del castillo de Montségur y de allí sacaron el oro y la plata e infinidad de monedas, la hicieron pasar por el lugar donde los hombres de Camon montaban la guardia; los cuales les indicaron a los herejes el sitio y los caminos por donde podían entrar y salir libremente; los mencionados herejes fueron entonces hasta una gruta fortificada de Sabartès que poseía Pons Arnaud de Châteauverdun. En el tiempo de este año, cerca de la última fiesta de Navidad [Navidad de 1243] (Testimonio de Imbert de Salles tomado el 14 de marzo de 1244).

Oyó decir a Raimond Monic que Amiel Aicard, Peytavi y otros dos herejes fueron ocultados bajo tierra durante la rendición de los otros herejes y sacados del castillo de Montségur. Él no sabe ni oyó decir quiénes les sacaron del castillo ni el modo en que fueron sacados. Añade que él mismo escuchó decir que los susodichos cuatro herejes que fueron sacados del castillo de Montségur llegaron a la villa de Caussou y de allí a la de Prades y al castillo de Usson con el hereje Mathieu, al cual encontraron. Añade que en el castillo de Usson vivía Raimond de Caussou y Guilliaume Caramelaire y los otros herejes susodichos. (Testimonio de Berenguer de Lavelanet, tomado el 21 de abril de 1244)

Cuando los herejes salieron del castillo de Montségur, el cual debían entregar a la Iglesia y al rey, Pierre Roger de Mirepoix retuvo en el dicho castillo a Amiel Aicart y a su compañero Hugo, y la noche después de que los otros herejes fueron quemados en grupo, el citado P. Roger cogió a los mencionados herejes y escaparon. Esto fue hecho con la intención de que la Iglesia de los herejes no perdiera su tesoro, que estaba guardado en los bosques y aquellos dos lo sabían. Esto y eso oyó decir de testimonio de Alzieu de Massabrac que les había visto y de Gillaume Dejean de Lordat que les vio después de que escaparan del castillo. Ocurrió en la semana antes de Ramos [21 al 27 de Marzo] (Testimonio de Arnaud Roger de Mirepoix, tomado el 22 de abril de 1244)

Oyó decir a los herejes Bernard Guilhem y Bernard de Auvezines en la liza donde él montaba guardia con aquellos herejes, que los herejes Amiel Aicard y Huc habían sido sacados del castillo de Montsegur con una cuerda por el precipicio bajo el castillo de Pierre Roger, durante la noche del día que el castillo fue entregado a las manos del rey y de la Iglesia. Interrogado sobre quién sacó a aquellos herejes, respondió que no lo sabía.(Testimonio de Guillaume de Bouan de Lavelanet tomado el 2 de mayo de 1244)

Oyó decir por los herejes que, cuando salieron del dicho castillo de Montsegur y fueron entregados a los Galos, en la noche anterior salieron herejes de dicho castillo. En el tiempo de este año y después de la cuaresma [Hacia el 13 de marzo] (Testimonio de Bernard Cairole, llamado de Joucou, tomado el 3 de mayo de 1244).
Reconstrucción ideal de Montségur durante el dominio cátaro

¿Qué veracidad podemos darle a estos testimonios obtenidos bajo interrogatorio inquisitorial? En principio, no parece que fueran tomados bajo tortura, porque ésta se generalizó en las prácticas de la Inquisición después de 1260. De todas formas, es bien sabido que hay otras maneras igualmente artificiales y muy eficaces de inducir una confesión. Aún así, la reiteración de los comentarios y el contenido de los mismos, permite aceptar sin mayores problemas la existencia de un tesoro en Montségur y la puesta en fuga de varios cátaros para trasladarlo a otro lugar. Esta operación se habría llevado a cabo en dos momentos:

El primero estuvo destinado a esconder aquellos bienes preciados fuera del castillo. En opinión del historiador Michel Roquebert, los cruzados católicos, hacia la Navidad de 1243, iniciaron una aproximación definitiva a las inmediaciones de Montségur. Entonces los asaltantes llevaban unos siete u ocho meses de asedio y consiguieron avanzar hasta el pie mismo de la montaña. La proximidad del enemigo pudo hacer que los cercados optarán por trasladar fuera de la plaza aquellos enseres más valiosos ante la amenaza de una conquista inminente. Dos cátaros, entre ellos un diácono de la iglesia de Tolosa, habrían sido los autores de la operación. Por otro lado, el superar a los centinelas enemigos debió resultarles una tarea bastante fácil, puesto que el testimonio de Imbert de Salles detalla que los vigilantes eran oriundos de Camon. Esta localidad estaba a unos 20 kilómetros de Montségur y, seguramente, las huestes católicas habrían reclutado allí algunos de sus hombres. La ventaja para los fugados fue que Pierre Roger de Mirepoix, co-señor de la guarnición de Montségur, tenía lazos familiares directos con aquella villa: el ama de cría de su hijo era oriunda de aquella población y a la vez esposa de uno de sus hombres de mayor confianza. Por lo que bien pudieron mover los hilos de ese parentesco para ganarse la complicidad de los soldados de Camon y facilitar la escapada.

Por último, el custodio del tesoro y dueño de la gruta fortificada donde, según Imbert, quedó aquel alojado, era miembro de la familia Châteauverdun, la cual había demostrado repetidas veces su apego a la causa cátara. Ahora bien, ¿de qué cueva se trataba? No puede determinarse con certeza. Sabemos que este tipo de grutas fortificadas o expulgas resultaban habituales en la región como la que en la actualidad pueden contemplarse en Bouan. Un documento de febrero de 1213 nombra seis de estas cuevas en manos del conde de Foix: Souloumbrié, Subitan, Ornolac, Verdun, Alliat y Niaux. Por su parte, Napoleón Peyrat a finales del siglo XIX creyó identificar la cueva del tesoro cátaro en Lombrive, tras seguir ciertas tradiciones populares que hoy en día se han demostrado falsas.

El segundo momento de la operación habría tenido lugar la víspera de la entrega del castillo. Dos hombres habrían sido ocultados bajo tierra en algún punto de Montségur, para abandonar el mismo una vez hubiera sido desocupado por los cátaros. Su cometido seguramente sería localizar el tesoro y llevar las pertinentes instrucciones acerca de qué había que hacer con el mismo.

Finalmente, algunos detalles que se han sumado a la leyenda como el petate portado por los fugados o las señales de humo realizadas desde el monte Bidorta, indicando el éxito de la escapada, no tienen ninguna base documental. Es más, las hogueras en la cumbre de dicho monte quizás atiendan a un episodio anterior que, efectivamente, se produjo de esa manera. Así, en mayo de 1243, uno de los sargentos de Montségur, Escot de Belcaire acordó con el coseñor del castillo Pierre Roger de Mirepoix que haría unas hogueras informando de que había alcanzado la cima del Bidorta. La imaginación de los escritores posteriores debió tomar este dato y combinarlo con la evasión realizada un año después.

En relación al posible contenido del tesoro se ha especulado mucho. Uno de los testimonios inquisitoriales hablaba explícitamente de oro, plata e infinidad de monedas. A ciertos autores les resulta extraña una descripción de tales características dentro de un movimiento religioso que predicaba la vida austera y desapropiada. Lo cierto es que este régimen de existencia era así de sobrio, pero exclusivamente para los perfectos de la comunidad. El resto podía tener bienes e incluso se buscaba incentivar la economía burguesa –comercial y artesanal- para que la riqueza generada llegara, tras su reparto, a todo el mundo. Además, durante el asedio de Montségur, el capital acumulado en el castillo sirvió para adquirir víveres en los pueblos de los alrededores, comprar voluntades enemigas y pagar la protección de mercenarios, entre otras acciones habituales durante un conflicto armado. Así, que en principio, no hay indicios para sospechar o concebir la existencia de un contenido extraordinario dentro del tesoro cátaro. Los inquisidores ni siquiera parecieron preocuparse demasiado por su destino o por sus características. Las alusiones en las actas son bastante sucintas y más dedicadas a obtener los nombres de los implicados que a procurar información sobre los enseres evadidos. Por su parte, los asediados, tal vez, depositaron en la salvaguarda de aquel tesoro la esperanza de poder seguir financiando la lucha armada desde otro lugar, aunque se rindiera Montségur.

Un último argumento al respecto lo encontraríamos en las doctrinas cátaras. Estos creyentes no sentían ninguna admiración por los astros celestiales, puesto que eran luminarias materiales bajo dominio del Demonio. Rendirles culto o regir su vida cotidiana por ellas habría sido todo un despropósito.

¿Custodiaron los cátaros el mítico Grial en Montségur?

El autor que con más ahínco ha postulado la posibilidad de que el Santo Grial estuviera alguna vez alojado en Montségur fue Otto Rahn. Buena parte de su formación académica en Historia, Filosofía y Derecho la consagró al estudio de la literatura artúrica, entendiendo esta no como un relato completamente legendario, sino poseedor de un fondo de verdad. Fruto de todo este empeño personal fueron sus dos principales monografías: La Cruzada contra el Grial, publicada en Friburgo el año 1933 y La Corte de Lucifer editada cuatro años después. Gracias a ellas adquirió una notable reputación intelectual dentro del partido nazi.

El principal fundamento de sus pesquisas lo tomó durante un largo viaje por el pirineo occitano. En el mismo pudo recabar diferentes leyendas y tradiciones populares, entre ellas, ésta que le transmitió un pastor de la comarca en 1931: Cuando todavía se mantenían en pie las murallas de Montségur, los Puros guardaron en ella el Santo Grial. El castillo estaba en peligro. Las huestes de Lucifer se encontraban ante sus murallas. Ansiaban poseer el Grial para ponerlo en la diadema de su príncipe. A partir de esta clase testimonios y otros recabados en los alrededores, combinados con el análisis de los textos artúricos, Rahn concluyó que el legendario Montsalvat, castillo custodio del Grial mencionado en Parsifal, perfectamente pudiera haber sido en la realidad Montségur. Posteriormente, otros muchos autores han tirado de este hilo hasta hacer una madeja enorme de gran eco mediático a través de publicaciones, documentales y películas de todo tipo.

¿Tiene fundamento esta hipótesis? En verdad ninguno. Ya quedó dicho que los cátaros negaban la naturaleza carnal de Jesús. La aceptaban como puramente ilusoria puesto que defendían su condición exclusivamente fantasmática o angelical. Por lo tanto, sentían un absoluto desprecio y negación de todo aquello que pudiera hacer creer en la existencia de una carne y una sangre procedente de Cristo. En el mismo sentido, el movimiento cátaro rechazaba la eucaristía, mientras que la sagrada copa les recordaba directamente dicho sacramento. Y, finalmente, no contemplaban en ningún caso la veneración de un objeto material, porque su propia esencia les supondría apegarse a un plano de la realidad que, igualmente, les repugnaba por concebirlo en manos del demonio.


Fuentes: Wikipedia, loscataros.com, elojocritico.info, Afm Elierf
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